LA PRIMERA PALABRA QUE OLVIDAMOS

( Premio Internacional de Poesía "Vicente Aleixandre" 2003)


Se abalanza el otoño ya,
como la  sombra misma de la muerte,
sobre la tierra fértil y el vino silencioso
que invade algunas noches nuestra sangre
arrastrando a su paso
ese lento cadáver de los días.
Se acerca al corazón y a la costumbre
del árbol sin secretos,
como quien se aproxima de puntillas
con los labios dispuestos
a entregarnos la noche en cada beso.

De nada serviría hilvanar ahora
la luna con anzuelos;
nada puede parar su lentitud
de perros que malgastan
aullidos en la niebla
tratando de alcanzar la madrugada.
     
Otra vez  el otoño;
de nuevo la primera
palabra que olvidamos
bajo el temblor azul de las tormentas,
el gesto simple de cerrar un cuaderno
en el que late la secreta ambición
de las mentiras. 
Hoy no sé cómo amarte.
No se me ocurre cómo
describirte las sombras que dibuja                                                    
mi sueño en los andenes
vacíos de la tarde.
Mi voz  es una suma de números tachados,
una hoguera de sal
que acaricia a los arces con su llanto
y escupe la tristeza en las esquinas
de esta estación perdida
donde van a morir los trenes sin memoria.

Mientras arden las ruinas
del tiempo y se oxidan los bosques,
como sueños de lata,
te abriré la guarida inmensa de la noche:
ese hangar donde anidan
los pájaros voraces del silencio
y el aire nos empuja 
a arañar la luz con otros ojos.

Allí, sobre el último espejo del otoño,
se derrama un licor
de fiebre que amamanta
ese vacío inútil de la  espera
con la terca impaciencia de la sangre,
y nos empuja a amar,
a veces de memoria,
con el rencor doliente
del que jamás asume su derrota,
aunque entregue sus manos,
y con ellas entregue su abandono,
como una ofrenda de savia desleída
en la trastienda oscura de otro cuerpo.

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